martes, 18 de mayo de 2010

Invitados sin rostro

Por Carlos Melián Moreno

Participantes de dos continentes ya están en Romerías, algunos llegaron hoy o ayer y caminan despistados por sus parques, otros, se toman un café en La Habana mientras esperan el próximo vuelo hacía Holguín. Para los que repiten la visita, todo bien, el calor, las caras y sitios conocidos; para otros, las Romerías de Mayo son solo un nombre grandilocuente, algunas referencias y futuros amigos.

Como siempre, hay nombres muy raros. Y estos se han repetido durante meses en las reuniones de organización, desde que son una probabilidad, un esbozo, hasta que poco a poco, con las confirmaciones y las cartas de respaldo, van convirtiéndose en un hecho, con apellidos, una fecha de llegada, una habitación en un hotel, un nombre en el programa de actividades, hasta que un día se sabe que andan por ahí, por las calles caminando como uno más.

Las muchachas, porque son mujeres la mayoría, que sostienen esa gran marioneta de las Romerías, imaginan posibles rostros que quizás nunca conozcan. Y es un poema la cara que ponen al ver corporizado ese nombre en un cuerpo con dos manos y piernas: decepción, aprobación, indiferencia, sorpresa.

Para ellas, a lo largo de los cinco días que duren, las Romerías serán cifras, llamadas telefónicas, atrasos, corre-corres y estrés. Y una semana después, cuando borren los pizarrones, arrojen los papeles que deja este huracán, y encuentren uno de esos nombres en algún informe ya sin valor, dirán pues, qué cosa y al final ni vi quiénes eran.

Recuerdo especialmente aquellas Romerías en que llegó Michael Cywink. Pintaba un gran mural en el segundo piso de la biblioteca, y aunque estaba ahí hacía tres días, nadie sabía que era el famoso “esquimal”.

De alguna manera el rumor se corrió, y allí, tras el pintor, que definitivamente no era un esquimal, sino uno de los pocos hijos originarios del norte de Canadá para quienes es casi un insulto que les llamen así (los esquimales comen carne podrida, dicen), estaban varias mujeres, mirándolo, sorprendidas. El pintor les dio el frente y una de ellas le preguntó con timidez: disculpe, ¿y usted es el esquimal?

Y el respondió en su inglés vaporizado: No, no soy “el esquimal”. Soy Michael Cywink, de la isla Minitoulin, en el lago Hurón.

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